DIARIO HIPERREALISTA DE UN OBSESIVO FICIONISTA
Tristeza
Hace unos días me preguntaron por qué decidí ser escritor -Algo que realmente no soy porque soy poco menos que un fraude-. Por no tener una respuesta real, solo dije un mal chiste sobre ser un gordo borracho, un chiste tonto que hizo expulsar a los que lo escucharon descargas nerviosas camufladas en risas, porque ya nadie en este país ríe realmente y nadie tiene motivos para hacerlo.
Tenía tiempo sin colgar nada en este diario porque me daba paja, porque dejé de ver cuan miserable es mi vida de mariquita -lejos de la auto compasión siempre cómoda- porque aunque seguía viendo cada mierda a mi al rededor, preferí convertirme en un cínico que hace malos chistes y que siempre dice lo que siente, porque ya no le importa las cosas, porque según yo, me voy a suicidar este año aunque no tengo las bolas para hacerlo y porque mis anteriores intentos -como todo lo que hago, han terminado en fracaso. Porque aunque seguía escribiendo ya no sentía que las palabras fueran tan tristes que provoquen alegría en quienes las leen, y seamos sinceros, leen estas lineas porque son unos amarillistas a los que les gusta ver esa tristeza convertida en palabras, ver el mundo real sin nada de maquillaje. Y yo, yo soy el peor de todos, porque soy quien se los presenta, y parecer ser lo único bueno que escribo.
Debo confesar sin pena de admitirlo, que desde hace unos meses no reconozco la diferencia entre mis sentimientos. No porque sea bipolar o esquizofrenico, no porque sea un sociopata -porque aunque detesto lo que hago, sigo intentando hacer del mundo un lugar mucho menos difícil para los que vengan después de mí aunque yo no tenga nada que ver con ellos-. Simplemente no reconozco la diferencia entre angustia, apatía, alegría y tristeza. No porque me ande con mariqueras de carajito emo de 15 años diciendo que ya he sufrido tanto -como si la vida no fuera una constante cadena de dolores y alegrías- que no puedo sentir nada. Mi asunto es que hasta estas lineas no podía identificar cuando estaba triste y cuando no. Solo hasta ahora me doy cuenta que yo mismo soy una personita muy triste.
Cada mañana salgo de mi mansión para no quedarme en ella -como la mayor parte de ustedes-. No porque existan motivos para salir a ka calle, sino porque al menos las miserias de otros me van a distraer de las mías, así como ustedes se distraen de las propias al leer esto. Porque es es divertido cagarnos en el resto, sentir que hay gente más desgraciada en el puto mundo; bienvenidos a una terrible comedia.
Nos cuesta tanto aceptar que a veces deseamos mandar todo a la mierda y dispararle a cuanto jodido imbécil -que debe ser más productivo que tu, y haber hecho mucho más en su vida que tu- que se nos cruce. Que quisieras quemar esta ciudad con todo e iglesias, y bibliotecas y museos -bueno eso no- y sus casas de gobierno Bolivariano, Invicto, Productivo, y hace años socialista, y cada jodido cabrón según tu es de menor valía a ti mismo que como todos nosotros, eres mucho menos inteligente de lo que te crees.
¿Como puedo reconocer lo que siento cuando como cualquier otro, me forjé un escudo impenetrable para sentirme bien conmigo mismo, para no amarme pero al menos soportarme. Tal como hacen los que se disfrazan de buenas personas para sentirse más dignos, más humano, que el otro. Así cada mañana choco con el artista indigente y fracasado condenado al suicidio, que se cree mejor humano que el pseudo atleta carajito mamaguevo manipulador condenado a no aceptar jamás su mediocridad y transvertirla en una abrumadora arrogancia maravillosa para la sociedad.
Porque cada mañana veo a la jefa radiante y pulcra con ropa bonita y olorosa a jabón del que los pobres no podemos comprar -y está bien buena la caraja {jodanse feminazis de mierda}- rodeada de los carajos que limpian las calles de esta ciudad, y como todos la admiran con la admiración que todos nosotr
os deberíamos sentir por ellos, porque andan maquillando el desastre que hacemos a diario.
os deberíamos sentir por ellos, porque andan maquillando el desastre que hacemos a diario.
Porque cada mañana veo al mismo indigente caminar con los brazos cruzados a la espalda, la barba larga y blanca, y los ojos tristes y profundos, como si estuviera pensando en cada error en el tejido del universo, Y pienso que yo terminaré así, como él, y luego que lo saludo, el me mira como deseando tener mi edad para tripiarse los mismo fracasos.
Hace poco hice un test de depresión en Internet formulado por algún carajo que sabe de psiquiatría lo que yo se de psiquiatría. Mis resultados señalaron que sufro una depresión aguda que por condiciones propias a la patología no puedo reconocer. Me recomendaron encontrar ayuda profesional .
Tal vez esa debió ser una señal para entender lo malo de no poder reconocer lo que siento. Tal vez debió bastarme con la ladilla que me da despertarme -cuando logro dormir- y me visto pensando con resignación que es otro jodido día, y que no he muerto. Tal vez debí notarlo cuando entendí que hay pocas cosas que me hacen respirar y cada vez respiro menos. Tal vez debí percatarme cuando todo parecía tan simple, tan normal, que no necesitaba escribir aquí.
Hasta este momento me doy cuenta que los sentimientos no son subjetivos, que todos estamos encadenados a ellos y de hecho, esto es hermoso. Me niego a tener una vida donde no pueda sonreír realmente, donde no pueda amar con locura, donde no me rompan el corazón. Un mundo donde nada me cause impresión, donde nada me produzca deseos de vivir o de morir. Me niego a vivir en un mundo donde una animación japonesa no me haga reír como un niño pequeño, aunque luego como ahora, deba ahogarme en la tristeza. Al fin de cuentas, hay que inyectarse fantasía a diario para no morir de realidad.
Hace poco hice un test de depresión en Internet formulado por algún carajo que sabe de psiquiatría lo que yo se de psiquiatría. Mis resultados señalaron que sufro una depresión aguda que por condiciones propias a la patología no puedo reconocer. Me recomendaron encontrar ayuda profesional .
Tal vez esa debió ser una señal para entender lo malo de no poder reconocer lo que siento. Tal vez debió bastarme con la ladilla que me da despertarme -cuando logro dormir- y me visto pensando con resignación que es otro jodido día, y que no he muerto. Tal vez debí notarlo cuando entendí que hay pocas cosas que me hacen respirar y cada vez respiro menos. Tal vez debí percatarme cuando todo parecía tan simple, tan normal, que no necesitaba escribir aquí.
Hasta este momento me doy cuenta que los sentimientos no son subjetivos, que todos estamos encadenados a ellos y de hecho, esto es hermoso. Me niego a tener una vida donde no pueda sonreír realmente, donde no pueda amar con locura, donde no me rompan el corazón. Un mundo donde nada me cause impresión, donde nada me produzca deseos de vivir o de morir. Me niego a vivir en un mundo donde una animación japonesa no me haga reír como un niño pequeño, aunque luego como ahora, deba ahogarme en la tristeza. Al fin de cuentas, hay que inyectarse fantasía a diario para no morir de realidad.
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