El Tamashiro
a Daniel C. Hidalgo
ENTRE LOS LIBROS QUE VÍCTOR HUGO CABEZAS TUVO QUE ESTUDIAR CUANDO TOCABA LAS PUERTAS DE UNA ANTIGUA CORTE DE SÁTRAPAS DESTACA SIEMPRE EL MÍTICO TAMASHIRO DE TAKEDA HANAMICHI. Cabezas, quien necesitaba entender de pleno las religiones orientales y la filosofía asiática para poder nacer como Penúltimo Hombre [Secta herética que niega el tiempo y la divinidad de cualquier ser], se encontró con este texto en la vasta biblioteca de una universidad en San Salvador de Saavedra fundada y dominada por dicha secta.
El texto no solo le abrió las puertas de la cohorte, sino que le representó tanta importancia que entre los objetos que recuperó la Guardia Suiza cuando lo balearon en la novísima Piazza San Santiago se encontraba empapado en sangre un ejemplar -quizá el único- de este este libro.
Amablemente se me ha sido revelada información de este libro por una persona en el Vaticano. Me ha señalado que Takeda era mucho más que un simple kanuchi de los que abundaban en el Japón feudal. Más bien se trató de un auténtico teólogo, un verdadero filósofo que proponía una cuarta etapa de la antigua religión nacida en la China del Este que no se centraba del todo en los Kami sino en aquellos seres que dentro de la religión convertían algunas almas en Kamis, los Shinigamis.
La vida del autor de la cual se tiene una sola fotografía [En la misma se observa a Takeda con un largo kimono negro, un sable en la espalda, un espejo en la mano izquierda, y un joyel en el cuello]. está repleta de historias contradictorias en cuanto a su línea histórica. Existen algunos argumentos que lo sitúan en la guerra ruso-japonesa, en la primera guerra mundial y hasta incluso, en la segunda.
Sugieren algunos autores que su origen poco tiene que ver con la nobleza, otros, le colocan en el centro de la era Meji. En todos los casos se le señala como el posible autor del Kojiki y del Nihongi. Aunque ninguno de los puede compararse con aquel que nos impulsa a desarrollar este ensayo.
El Tamashiro consta solo de cuarenta y cuatro páginas escritas en haikus de cuarenta y cuatro líneas cada uno con una extensión de cuarenta y cuatro sílabas. A su vez, el libro se divide cuarenta y cuatro partes que se centran en los cuarenta y cuatro fragmentos que poseía la vida según había expresado el célebre Mabuchi
La persona que me ha señalado esto se dedicó a explicarme con detenimiento admirable cada uno de los poemas. Fueron necesarias tres noches seguidas en un convento a las afueras de Villa Diodati para que se nos enseñara -sin mostrarnos el libro- para explicarnos la belleza filosófica detrás de cada trazo.
Reconozco que quizá por el mismo ímpetu que ponía esta persona en los pasajes relacionados a la adoración y descripción de los Shinigamis, no solo por considerarlos emisarios del altruismo sino también por los discordantes y hermosos poemas en los que el autor narra la muerte de su madre y la suya propia.
Takeda logró identificar que cuando un Dios de la muerte se manifiesta en algún lugar lo hace en forma de pequeña mariposa negra que a diferencia de su forma espectral, puede ser observada por los seres vivos.
Tras muchas cavilaciones el kanuchi llega a proponer -las palabras de mi interlocutor fueron comprender- que existe una especie de guerra infinita y espectral entre los Shinigamis y algunos espíritus rebeldes y estos a su vez, mantienen otra guerra contra demonios terribles similares a los devoradores de almas de otras mitologías.
Como es de esperar en el Sinto y otras religiones primitivas, sus Dioses poseen las características más nobles del carácter, humano y tanto como odian, aman, tanto como viven, mueren.Entonces, es de esperar que estos seres espectrales recluten entre las almas que van a cosechar, no listas para ser Kamis pero si con un un gran poder en su alma [Takeda organiza el cosmo humano en tres estratos, las almas ardientes, que se convertirán a su muerte en kamis, las almas brillantes, que pueden convertirse en Shinigamis o Devoradores, y las almas sin brillo condenadas a una inmortalidad de tranquilidad absoluta. (魂の封印の原則 - エディトリアル月光- 1998 pagina 15)]. Cuando este acontecimiento ocurre, otra mariposa, pero de un fuerte color rojo se manifiesta por unos cuantos segundos a simple vista.
Poetisa Takeda en que pudo alcanzar esa máxima tras la muerte de su progenitora. Como todo hijo, Takeda sabía que su madre moriría mucho antes que él. Como todo hijo consciente de tan horrible realidad, este deseaba morir antes que su madre. Su deseo no se cumplió, y es justo allí que la ubicación histórica de Takeda se hace imposible.
En el poemario relata la muerte de la mujer que le regaló la vida de una forma muy clara. Su país, quizá por la guerra, por la usura, o por la incapacidad de un emperador de largos bigotes negros y un sobrepeso desmoralizante, atravesaba una hambruna que afectaba sobretodo, a los más pobres. Takeda y su madre pertenecían según el poema, a ese estrato de la sociedad muy a pesar de su empleo en el estado[Lo cual hace pensar que Takeda aún no era sacerdote para ese momento (Esta nota pertenece a D.T.)].
Era natural que la madre de Takeda, siendo una anciana no pudiera aguantar la inanición la pérdida del raciocinio, de las habilidades motoras, incluso del control sobre las necesidades fisiológicas. El escaso cabello que le quedaba, se le arrugó como una hoja de cerezos, los pocos dientes que aún le quedaban se le pudrieron como los huesos.. Su piel se llenó de ronchas y el solo moverse le producía gran dolor. La pequeña mujer llegó a pesar lo mismo que un niño de ocho o diez años.
Con gran remordimiento, y un profundo odio a sí mismo Takeda señala que el antepenúltimo día de vida de su progenitora, esta perdió completamente el habla y la memoria mientras a él, lo enviaban a una cita inapelable para recuperar unos textos sagrados en Kyoto. En medio de una brutal sinceridad, Takeda admite que sabría que su madre moriría y que tal vez por cobardía aceptó viajar. Como dice el mismo Takeda, en ese poema,
Anata no hahaoya ga shinu no o miru tame ni anata wa hijō ni yūkandenakereba narimasen.
Confiesa también en esa línea de su poema que le era imposible dejar de llorar mientras escribía esas funestas palabras.
Nadie le dijo a Takeda que su madre había muerto, pero cuando el instinto se lo susurró al oído no encontró forma de consolar su llanto ni siquiera en las palabras de otro kanuchi quien había enterrado a su padre. Ahogado en la tristeza, y con el ninjato al cuello, una mariposa de color rojo se le posó en el hombro izquierdo extendió su lengua y le señaló una negra aleteando un poco más allá.
Los pasillos por los que transcurren las ideas de los hombres son infinitos, en ellos, cada idea, cada tesis, tiene el derecho a existir y la obligación de moverse hasta que permanezca definitivamente estática, lo que representaría su muerte. No nos corresponde a nosotros juzgar el racionalismo en la poética de Takeda Hanamichi. La persona que nos confió este poema, también nos pidió que no revelaramos mayor cosa del otro texto que nos marcó profundamente. A lo sumo podemos señalar que más de una vez, la mariposa en cuestión visitó al sacerdote sintoista, que le salvó de muertes inminentes e incluso la noche en la que tuvo su primera muerte se encontró a sí mismo hecho mariposa roja, volando a un lugar de luz perpetua.
Al despertar, pudo presenciar una de esas terribles y ardientes batallas entre Dioses de la muerte y demonios consumidores de alma, uno de los escuadrones de combate era dirigido por su madre, pero ya no se trataba de una anciana frágil y enferma sino de una pequeña mujer rebosante de energía con la apariencia de una persona de veintisiete años.
Quienes conocimos a Víctor Hugo Cabezas entendemos fácilmente tras escuchar ambos poemas, el porqué aquel libro le significó tanto. Con respecto a las teorías planteadas en el Tamashiro podríamos extender un debate de características infinitas. Esta no es nuestra obligación y por el contrario, debemos huir de ella, pues como se señala entre los mandamientos de los Penúltimos Hombres, cada cual tiene el derecho a elegir en que creer.
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