Tema del fratricidio y el regicidio
Por Fex López Álvarez
SU NOMBRE SIEMPRE ESTARÁ LIGADO AL OPROBIO. Al terrible fratricidio y al ominoso regicidio. No asesinó a su padre, y aquel al que ha acuchillado bajo la sombra de Pompeyo, tampoco era un Rey. Aún así, las consecuencias del homicidio cambiaran para siempre su propia tragedia y la historia de la humanidad. A cambio de su acción espera más que aplausos y palabras aduladoras, restablecer el equilibrio en su amada república, atar su nombre al del tirano que ejecutó y así, darle la eternidad a su patria.
En un inicio es así, o cuando menos eso parece. Sus manos son besadas por brillantes oradores. Se organizan pequeñas celebraciones a su honor en los domus más lujosos de la ciudad. Le han arrancado las larvas al viejo partido y lo han sacado de la tumba. Su propia madre le pone a la cabeza del orfeico grupo, tejiendo al rededor de él, un hilo de encantos y sutiles amenazas.
Sus maleantes a sueldo persiguen y aniquilan a los partidarios de menor peso del tirano ejecutado. La balanza empero, no se inclina a su costado. Censores y plebe, curias y pretores exigen una explicación y expiación para el que les ha otorgado grandes derechos. La amada república que él asegura haber salvado, llora a su opresor y juzga en su homicidio, una suoventaurila para el antiguo régimen.
62 perros sarnosos pueden matar a un león desprevenido, pero no a varios de ellos, ya advertidos. Su golpe de estado, el más altruista de toda la historia humana, ha fracasado desde el momento de su gesta. Su único logro ha sido asesinar al hombre más amado (u odiado) en la república.
Sus sabuesos no han podido asesinar al león más fiero del depuesto. Y menos aún, al joven cachorro del tirano. Más pronto de lo que le gustaría admitir, o al menos fingir, debe estrechar las manos de aquellos contra quienes a actuado sin soltar la gladius, por su incapacidad de pactar definitivamente con quienes fraguó su único aporte aporte a la historia.
El ejército, rara vez interesado en el juego de los magistrados, al que consideran demasiado violento, claman venganza por su popurius divus. Ante el caos general, solo le queda pactar con el odiado enemigo. Entonces se sobreviene la indignación. El tirano es quemado en una pira funeraria a la que los cuidadnos y la plebe, arrojan entre lagrimas sillas y mesas, todo para iluminar la noche de aquel que cabalgó con la capa celeste en Alessia. Ese mismo día, inician a dibujar al dictador como un ser divino, junto a los astros, a él en cambio, le dibujan entre las letrinas y luego de muchos días, cuando su sola mención es ofensiva.
El imberbe sobrino del hombre-dios al que ha asesinado logra que el muerto se siga comunicando a través de documentos, testamentos y acciones estrafalarias, tiene inclusos la osadía de exigir el uso del nombre de quien como a él mismo, lo adoptó sin malicia alguna.
El debate político está allí, presente, se ha reabierto el senado, pero aun así todo es caótico y cambiante. Todos los magistrados fallan en sus decisiones, incluso el más brillante, también, al notar que el asesino solo será conocido por haber apuñalado al creador de su propia cursus homnurum, no es capaz de elegir entre los atolondrados y absurdos de su madre y lo que él mismo le intenta legar, piensa en dejarle.
Como si tratara destapadero, el niño que juega a ser rey, declarara juegos en honor a su tío, pagado además una vieja y ridícula promesa que enaltece el nombre propio y el del sacrificado. La situación demanda su férrea postura. Llega incluso a sentir envidia del carácter de aquel que rechazó la corona tres veces. Piensa sí, que lo más acertado es escuchar la guiatura de su madre cada vez más inmersa en lo que queda de su vida política y en los confusos consejos del viejo magistrado, quien actúa más como un senil dignatario que como el genial estadista que una vez fue.
Ninguna opinión pesa más que otra, a pesar de que ambas son absurdas. Por tal motivo prefiere mantenerse en la inacción, seguro de que la república retornaría a un equilibrio incluso natural. Las cosas en cambio empeoran. En el lejano África se levanta un general desconociendo todo el poder que el senado le ha otorgado al partido que intenta dirigir. Y como si fuera poco, el mismo senado pacta alianza con el asesino alcohólico a servicio del tirano y con su molesto sobrino. Su presencia misma en lo domus de los que le apoyaron y brindaron en su nombre con pan y vino que era necesaria y codiciada, es ahora necesaria; incluso incomoda.
Ante el inminente desastre busca apoyo en el anciano maestro. Sin embargo no lo encuentra, el viejo zorro ha visto las nubes y a decidido huir a la sombra de las siete colinas pactando antes, con el joven príncipe. No hay otra alternativa, él, quien ha salvado la república, también debe huir de los tres pequeños tiranos.
Toma para sí las provincias de orientes formando y reclutando un ejercitar de mercenario y locales a los que ve con el mismo desprecio con el que ellos lo miran. Castiga so pena de muerte a quien lo llama tirano u al que duda de sus derechos sobre ese lugar, pues, él mismo pertenece al centro del mundo y sus derechos son infinitos. Entre las fechorías y la etnofagía transcurre su reinado oriental, diezma ciudades enteras y saqueas otras para mantener su ejército de papel.
Descubre que el príncipe es ahora Rey. Que el mundo se ha repartido en tres partes desiguales. La violenta arremetida no se hace esperar. Los tres hombres cobran venganza para acumular oro y pagar las deudas. Los enemigos del Rey asesinado son los primeros en ser ejecutados, le siguen los que han injuriado contra los tres tiranos, nadie se salva, ni siquiera el viejo magistrado, cuya cabeza es atravesada con un clavo de plata en las puertas de su amado senado.
Tras las terribles noticias cae en los errores propios de los hombres que se preocupan mucho por no cometer errores. Se emborracha en festines para tratar de conciliar a los lideres triviales bajo su propia causa, manda a su único amigo -y general- a otra ciudad, forja monedas con su propio sello, el gorro liberto. Trata de mimetizare con su ejército como tiempo atrás lo hizo con elegancia suprema el gran tirano, y se deja crecer una escueta barba que provoca risas en lugar de infundir respeto. Se jacta de haber ultimado al rey guerrero, pero los hombres libres le escupen en el rostro una verdad terrible, solo asesinó a un moribundo y desprovisto anciano desarmado que creía vería a sus amigos esa fatídica mañana de búhos ululantes.
Aun así el peor de de sus errores fue intentar pactar con el joven noble, envía ofertas de paz timoratas, propias de su cautela tan desagradable para sus enemigos. A cambio, recibe la sentencia de muerte; le han juzgado como si se tratara de un vulgar ladrón. Por primera vez en toda su vida, el regicida y fratricida se coloca las botas y toma decisiones, he invocando a sus antepasados, enfreta la guerra con los objetos de sus familiares fallecidos.
Su posición es inmejorable, tierra desconocida, y sol en contra para sus enemigos. A las espaldas propias, las llanuras, al frente el mar. Jura que su cabeza no terminará adornado el senado, que salvará de nuevo la república. Vence en la arremetida de sus enemigos, a diferencia de su amado amigo quien encuentra en el suicidio limpiar su nombre.
La situación a pesar de esto parece sonreirle por primera vez, al frente , el invencible del Rey asesinado, yace vencido, en retirada. Algunos le aconseja ir a por ellos, aplastarlos y culminar con la guerra, otros, que intente pactar. De nuevo ninguna opinión pesa más que la otra, otra vez se refugia en la inacción.Las consecuencias una vez más son nefastas. Dos ejércitos se unen para aplastarlos, la única opción de vencer o sobrevivir recae sobre sus hombros.
La batalla representa un desastre para la buena educación militar que ha recibido. Es apabullado por las fuerzas del enemigo, sin embargo, puede salvar su vida y reagruparse. Debe ordenar la retirada; los mercenarios lo esperan, los fantoches también, solo falta su voz de mando, aun así, no logra reunir el valor para hacerlo. Ni siquiera en ese momento logra desequilibras las opciones y en lugar de huir o luchar hasta morir, toma la única decisión propia de su vida, toma una gladius y se la clava en el estomago recordado las palabras del moribundo a sus píes. Al menos en algo ha acertado, su cabeza no adorna el senado, es colocada en una cesta usada como letrina a los píes de la estatua purpura del rey y padre que asesinó.
El imberbe sobrino del hombre-dios al que ha asesinado logra que el muerto se siga comunicando a través de documentos, testamentos y acciones estrafalarias, tiene inclusos la osadía de exigir el uso del nombre de quien como a él mismo, lo adoptó sin malicia alguna.
El debate político está allí, presente, se ha reabierto el senado, pero aun así todo es caótico y cambiante. Todos los magistrados fallan en sus decisiones, incluso el más brillante, también, al notar que el asesino solo será conocido por haber apuñalado al creador de su propia cursus homnurum, no es capaz de elegir entre los atolondrados y absurdos de su madre y lo que él mismo le intenta legar, piensa en dejarle.
Como si tratara destapadero, el niño que juega a ser rey, declarara juegos en honor a su tío, pagado además una vieja y ridícula promesa que enaltece el nombre propio y el del sacrificado. La situación demanda su férrea postura. Llega incluso a sentir envidia del carácter de aquel que rechazó la corona tres veces. Piensa sí, que lo más acertado es escuchar la guiatura de su madre cada vez más inmersa en lo que queda de su vida política y en los confusos consejos del viejo magistrado, quien actúa más como un senil dignatario que como el genial estadista que una vez fue.
Ninguna opinión pesa más que otra, a pesar de que ambas son absurdas. Por tal motivo prefiere mantenerse en la inacción, seguro de que la república retornaría a un equilibrio incluso natural. Las cosas en cambio empeoran. En el lejano África se levanta un general desconociendo todo el poder que el senado le ha otorgado al partido que intenta dirigir. Y como si fuera poco, el mismo senado pacta alianza con el asesino alcohólico a servicio del tirano y con su molesto sobrino. Su presencia misma en lo domus de los que le apoyaron y brindaron en su nombre con pan y vino que era necesaria y codiciada, es ahora necesaria; incluso incomoda.
Ante el inminente desastre busca apoyo en el anciano maestro. Sin embargo no lo encuentra, el viejo zorro ha visto las nubes y a decidido huir a la sombra de las siete colinas pactando antes, con el joven príncipe. No hay otra alternativa, él, quien ha salvado la república, también debe huir de los tres pequeños tiranos.
Toma para sí las provincias de orientes formando y reclutando un ejercitar de mercenario y locales a los que ve con el mismo desprecio con el que ellos lo miran. Castiga so pena de muerte a quien lo llama tirano u al que duda de sus derechos sobre ese lugar, pues, él mismo pertenece al centro del mundo y sus derechos son infinitos. Entre las fechorías y la etnofagía transcurre su reinado oriental, diezma ciudades enteras y saqueas otras para mantener su ejército de papel.
Descubre que el príncipe es ahora Rey. Que el mundo se ha repartido en tres partes desiguales. La violenta arremetida no se hace esperar. Los tres hombres cobran venganza para acumular oro y pagar las deudas. Los enemigos del Rey asesinado son los primeros en ser ejecutados, le siguen los que han injuriado contra los tres tiranos, nadie se salva, ni siquiera el viejo magistrado, cuya cabeza es atravesada con un clavo de plata en las puertas de su amado senado.
Tras las terribles noticias cae en los errores propios de los hombres que se preocupan mucho por no cometer errores. Se emborracha en festines para tratar de conciliar a los lideres triviales bajo su propia causa, manda a su único amigo -y general- a otra ciudad, forja monedas con su propio sello, el gorro liberto. Trata de mimetizare con su ejército como tiempo atrás lo hizo con elegancia suprema el gran tirano, y se deja crecer una escueta barba que provoca risas en lugar de infundir respeto. Se jacta de haber ultimado al rey guerrero, pero los hombres libres le escupen en el rostro una verdad terrible, solo asesinó a un moribundo y desprovisto anciano desarmado que creía vería a sus amigos esa fatídica mañana de búhos ululantes.
Aun así el peor de de sus errores fue intentar pactar con el joven noble, envía ofertas de paz timoratas, propias de su cautela tan desagradable para sus enemigos. A cambio, recibe la sentencia de muerte; le han juzgado como si se tratara de un vulgar ladrón. Por primera vez en toda su vida, el regicida y fratricida se coloca las botas y toma decisiones, he invocando a sus antepasados, enfreta la guerra con los objetos de sus familiares fallecidos.
Su posición es inmejorable, tierra desconocida, y sol en contra para sus enemigos. A las espaldas propias, las llanuras, al frente el mar. Jura que su cabeza no terminará adornado el senado, que salvará de nuevo la república. Vence en la arremetida de sus enemigos, a diferencia de su amado amigo quien encuentra en el suicidio limpiar su nombre.
La situación a pesar de esto parece sonreirle por primera vez, al frente , el invencible del Rey asesinado, yace vencido, en retirada. Algunos le aconseja ir a por ellos, aplastarlos y culminar con la guerra, otros, que intente pactar. De nuevo ninguna opinión pesa más que la otra, otra vez se refugia en la inacción.Las consecuencias una vez más son nefastas. Dos ejércitos se unen para aplastarlos, la única opción de vencer o sobrevivir recae sobre sus hombros.
La batalla representa un desastre para la buena educación militar que ha recibido. Es apabullado por las fuerzas del enemigo, sin embargo, puede salvar su vida y reagruparse. Debe ordenar la retirada; los mercenarios lo esperan, los fantoches también, solo falta su voz de mando, aun así, no logra reunir el valor para hacerlo. Ni siquiera en ese momento logra desequilibras las opciones y en lugar de huir o luchar hasta morir, toma la única decisión propia de su vida, toma una gladius y se la clava en el estomago recordado las palabras del moribundo a sus píes. Al menos en algo ha acertado, su cabeza no adorna el senado, es colocada en una cesta usada como letrina a los píes de la estatua purpura del rey y padre que asesinó.
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