La relatividad de los sentimientos
Por: Sergio Olleros.
Los sentimientos son absolutamente relativos aunque suene paradójico. Un día nos sentimos solos, otro día increiblemente acompañados y así pasamos el transcurso de nuestras vidas como una montaña rusa de emociones, por un instante estamos arriba y al otro caemos en picada.
Cuando conocí a esta persona que, por razones prácticas y seguro cuestionables, llamaremos Jesús, yo era todavía un niño. Él y yo nacimos el mismo año pero con algunos meses de diferencia, yo en Junio y el Noviembre. Estudiamos en colegios distintos y en distintos liceos. Pero durante el comienzo de nuestra adolescencia, quien sabe por qué sucesión de eventos casuales y amistades en común, terminamos formando parte del mismo círculo de amigos. Sí, esa puede ser una buena definición: somos amigos. No mejores amigos pero tampoco solo conocidos. Hemos llegado a beber juntos e incluso alguna vez hemos compartido un secreto, pero nunca nos hemos dedicado a conocer al otro profundamente.
Nos vamos a los primeros meses del 2017 y Jesús continúa siendo un buen chamo. De familia, está a punto de graduarse, tiene unos buenos amigos y una novia que lo quiere. Una vieja diría que tiene toda la vida por delante. Pero justo en este momento es cuando comienza la primera gran caída en picada en la vida de Jesús.
Jesús decide no decirle a nadie pero esta no es una buena ciudad para guardar secretos y al cabo de poco tiempo todos nos enteramos de la noticia. No sabemos que hacer, pensamos en si algo así nos pasara a nosotros, en el cambio que supone, en lo difícil que sería. Así que algunos decidimos apoyarlo en silencio.
Una noche, por medio de un mensaje de texto, Jesús se entera de que su novia está embarazada de dos meses, demasiado tarde como para hacer algo. Jesús entra en pánico, se hiperventila, ve su vida su vida cambiar para siempre en un segundo. Los sueños empiezan a alejarse a toda velocidad y siente como su futuro acaba de dar un giro de ciento ochenta grados. Nadie nunca está preparado para ser padre, menos un chamo de dieciséis.
Pasa el tiempo y llegó la calma después de la tormenta. Jesús nos da a todos la noticia, aunque sabe que todos lo sabemos. No nos pide nada, solo lo cuenta.
Tiempo después, en un cumpleaños de una amiga que en común, me siento a hablar con Jesús y quizá por lo curioso de mi y lo borracho de los dos, terminamos hablando de como fue todo aquella locura que ahora nos parece una tontería. Jesús me contó todo con detalles y también me confesó lo aterrado que estaba. De repente todo había cambiado, pensó que su familia lo odiaría, que sus amigos se alejarían y que todos le daríamos la espalda. Me dijo que el no tenía idea de que hacer, que pensó en huir, en dejar todo atrás y que incluso llegó a pensar lo peor. Esa noche cuando se enteró, se asomó por la ventana del quinto piso donde vivía y durante un largo rato pensó en tirarse, en escapar, en terminar todo ahí. Pero no, me contó, se había mandado una cagada pero no podía ser tan cobarde. Me dijo además que ya no le importaban sus sueños rotos, que ya no lo importaba su supuesto futuro, que ya no le importaba que fuera a decir la gente. Ahora solo quería trabajar para darle una buena vida a su hija. Porque cada mañana cuando la ve, sabe que tiene una razón para levantarse y eso es mucho más de lo que puede decir mucha gente.
El tiempo sigue pasando y cuando todo esto se entierra en mis propias preocupaciones, entro en Whatsapp y veo un estado: la novia de Jesús ha dado a luz. Le escribo para felicitarlo, es una nena preciosa.
Desde ese día he tenido ganas de contar esa historia pero nunca me puse por equis o por ye. La cuento ahora porque recién ayer vi a Jesús caminando por la avenida Bolívar. El no me vio a mi. Andaba con la que es aún su novia y con su todavía muy pequeña niña. Me gustó verlos porque realmente parecían una familia feliz. Nadie pensaría que el es menor que yo por unos meses y nadie pensaría en lo duro que fue. Probablemente ya ni siquiera el lo piense. porque esa es la relatividad de los sentimientos: lo que un día fue una razón para morir, hoy puede ser una razón para estar vivo
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