Diario hiperrealista de un obsesivo ficcionista

La brevisima soledad de ser

Por Fex López Álvarez


ENTRE LAS COSAS QUE HAN MARCADO LOS DESEOS DE LOS HOMBRES, la inmortalidad siembre ha estado entre las prioridades. Nuestras fantasías se han cruzado con jardines hermosos y estrellas en constante movimiento, con manantiales ocultos entre la selva. La idea de perecer, de la putrefacción, se nos hace horrible. Quizá por eso el halcón que devoraba las asaduras de Prometeo sea una de las historia que más nos gusta contar. Así como la creencia de la vida después de la muerte es la que más nos gusta creer.



Recuerdo que la idea de inmortalidad me atormentaba en mi infancia calma en un barrio de Caracas. Munrra era un tripeo porque parecía que podía patearle el culo a cualquiera y además, porque era el malo de la serie, pero esencialmente porque incluso su nombre evoca esa condición mítica; Munrra, "El Inmortal". 

Recuerdo que los Testigos de Jehova iban de puerta en puerta, de dos en dos -y a veces tres- abogando por la inmortalidad de nuestras almas, que para ellos está en la sangre y que es una cosa así que que uno no ve -como la mano invisible del mercado- pero que es arrechisima -como la mano invisible del mercado- y determina tus placeres y perversiones -como la mano invisible del mercado-, enseñándote a la vez, que venderla es buen negocio porque implica a mucha gente.

Odiaba cuando mi madre me decía que le pusiera animo a la vida, nunca lo entendí, no sabía que significaba, y aun hoy no lo se, pero creo ahora que me decía que tratara de hacer algo importante, algo que me inmortalizara o al menos, me sacara del espectro de la mediocridad. Tal vez de niño soñé con ser inmortal, quizá todos los soñamos. No lo recuerdo muy bien, pero creo firmemente en aquella maldición wilsonsoniana en la que todo escritor se hace inmortal, o al menos, la idea de este. Entonces puedo concluir que me uní sin quererlo a la cofradía de aquellos que encontraron una pálida forma para ignorar el tiempo, pero aun así librarse de la vida. 



Creo sin embargo que no es tan simple. Para mi, la inmortalidad del artista surge en una mentira. No existe Dalí, solo existe nuestra idea pergeñada y falaz de quien era Dalí, es decir, solo queda la idea la cual, es inmortal. 

Es comprensible que la humanidad desee ser inmortal. La vejez y la muerte significan el final de todo, y por muy jodida que sea la filosofía de la muerte, la plenitud infinital de que brinda la muy puta de la vida, se sobrepone por mucho sobre la opción única, -al menos científica- de la muerte.

Aun así las condiciones que nos pone y a veces nos cobra esa entidad superflua y teocrática llamada vida son execrabas. Es incluso la única idea que puede ponersete al frente y decir, "soy una putada, pero soy la única opción posible". La vida es en extremo complicada, basta con mirar un anciano para notarlo, para observar en su rostro, cada una de las cicatrices, de los dolores, de las angustias, y de las sonrisas que se han manifestado a lo largo de toda su vida.

La vejez es el espejo contrario más cercano y contrario a la idea de la inmortalidad, ya que mientra más cerca está una, más lejana y cerca a la vez, está la otra. La vejez y la desmemoria son las únicas cosas a las que realmente temo. No soy capaz de entender esa fantasía que algunos tienen de morir por encima de los 70 años en una cama, rodeado de familiares. Ese cuadro patético me da nauseas. Y antes que cualquier lector diga "Claro, este guebon dice esto porque es un egoísta sin familia", sepa usted que mi madre murió en esas condiciones, con el cerebro podrido, pesando 30 kilos en un hospital público venezolano, donde los médicos estaban pendientes de coger con una enfermera o un vigilante en lugar de mantener su hipócrita juramento. Simplemente no entiendo porqué la gente ama la idea de sufrir. Egoísta es ese que quiere causar el dolor de que sus familiares y amigos ya sea que estos le amen o al menos estén acostumbrados a su presencia. 

Ander Quintero, suele decirme que tengo la apariencia de quien tiene 10 años más de los que realmente poseo. Supongo que es verdad, soy un desastre, doy vergüenza, y doy asco. Y lo mejor de todo esto, es que no me importa. Tengo la enorme suerte que viviré ese trauma de la vejez. Moriré en unos cuantos años, de seguro antes de los 40, ta vez de suicidio natural -quien sabe lo que pase el 13 de noviembre- o por alguna sobredosis, o un malandro o un policía gaste una bala en mi porque de mamaguebo no le quise dar el morral aunque lo que cargo en él, sean libros. 

Quizá por eso me agoto rápido de la cosas y de las personas, o simplemente porque mi cerebro está jodido, y yo, lo jodo más a diario. Quizá por eso no sirvo para trabajar con gente, porque no me gusta crear nexos, porque no tengo ni deseo tener amigos. Quizá por eso a penas hablo. 

Lamento y lo confieso, intentar seguir enseñando, espero rápidamente que todos caigan en cuenta que soy un fraude e inventen excusas elegantes para abandonarme. Lamento y lo confieso que estoy mamado y ladillado de que cada día una legión de carajitos venga a mí pidiendo guía y consejo. Obstinado incluso de la caridad a diario, de que me busquen de verlos, de hablar con ellos. Estoy obstinado de cada persona a mi al rededor, de tener que ser la voz de calma y mando; simplemente estoy cansado.

Siempre se debe intentar hacer algo, dejar un legado, pero siempre se debe tener en cuenta que lo más posible es que se legue el fracaso. Cada proyecto humano está destinado a desaparecer en el viento, incluso las ciudades mueren, la inmortalidad de los legados es tan grande como la inmortalidad de los artistas.

Ayer me invitaron a un cumpleaños al que decidí no asistir. Podía conseguir drogas, licor, comida, pasar un momento de calma, quizá distinto pero igual al día de mierda, y sin embargo, preferí quedarme en una oficina trabajando un proyecto que no se dará. Puedo poner un montón de excusas filosóficas para explicar mi ausencia, pero estoy tan cansado que prefiero decir la verdad. No quería ser el único tipo cercano a los 30 años entre un grupo de carajos que a penas rozan los 20. Porque no tendríamos nada de que hablar, porque mi presencia sería molesta y porque me obstinaría ver a la misma gente de todos los días, escuchar las mismas historias, las mismas conversaciones. 

Tal vez esté obrado mal. Porque realmente me queda muy poco tiempo para compartir y porque sí sigo rodeado de gente que desea pasar tiempo conmigo, es porque no soy tan desagradable o porque ellos también están mentalmente destruidos.



No deseo la inmortalidad. Y realmente le temo a la vejez. Mi sendero no es un largo camino polvoriento que culmina a la sombra de un zigurat. Mi memoria no perdurará en esa falsa inmortalidad. Mi destino está subyugado por la infamia  y la ausencia plena de vida después de la vida, como millones de personas al rededor del mundo; como usted mismo, que no no será inmortal. Creo en cambio, que ese es el mejor motivo que existe para inyectarse fantasía a diario y no morir de realidad.                   

             

   

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