Entre Temas y anatemas

Para no morir de realidad 

Por Fex López Álvarez

La realidad nos ha golpeado de frente en el rostro. Lo Absoluto nunca ha sido sublime a pesar de su intento macabro de parecerlo. Ni el tiempo mínimo, ni la absoluta certeza de la nada se han convertido en ficciones para erigir nuevos muros sobre los restos de aquellos en los que convergimos hace mucho tiempo. No hay ollas con tesoros al final del arco-iris porque ni siquiera estaba allí... Estaba mucho más al sur, donde los senderos se doblan y se hacen espejos plenos que nos atrapan y convierten en marionetas de otra figura reflejada en otro espejo. 

Los hombres no caminan en lineas rectas. Deben Ir dando tumbos de aquí para allá, sin mirar a la izquierda, sin girar a la derecha, sin volver atrás sin caminar al frente.El andar ha de ser el mismo que el aquellos gentiles libros de caballería olvidados en la nada, olvidados en el tiempo al cual de pleno, rechazamos por cuestiones románticas.

Escribir no es la respuesta. Si bien, las letras no nos llevan a la oscuridad sino que nacen en ellas, hay oficios dignos de ser llevados a cabo y el de mentiroso no es justamente uno de ellos. Escribir es saber mentir, es saber elaborar las ficciones necesarias para sobrevivir en un mundo tan lleno de realidad, que agobia, tan lleno de realidad que mata. Escribir es incluso una labor humanitaria, es inyectarse fantasía a diario para no morir de realidad. Escribir es el suicido la realidad. 

Nuestro tiempo es enteramente efímero y nuestras voces son tan bajas, que ni aun dando gritos alcanzaremos a ser escuchados. Aún así, la esperanza -la palabra más odiosa y hermosa del diccionario-, nos lleva a intentar dejar algo más allá de nosotros mismos, o al menos, eso pasaría si por azares del destino, nos encontramos entre las muy pocas personas en este mundo que intentan navegar más allá del paralelo 84. 

Escribir es un puente a la inmortalidad. Es la formula más antigua de negar lo efímero de la existencia, los patrones del dolor, los ojos de la infamia y los abrazos del olvido. Escribir es más que un arte antiguo, va más allá de la estética o de lo visceral, de los recursos y los estilos narrativos, de los ensayos o las ficciones, del horror o lo sublime. Va más allá de cada signo de puntuación o la ausencia de ellos.

Si existiera una realidad similar a las ficciones que hemos soñado, si los gatos negros fueren vengativos fantasmas y las bibliotecas infinitas galerías hexagonales, si la ficción no fuere arte y los sueños se convirtieran en realidad tras el mordisco a un hongo rojo, entonces volveríamos a caminar sobre la misma angustia de la realidad lejana a los grandes bloques de hielo y las mariposas amarillas. 

El escritor es un rebelde, un guerrillero de lo que no existe. El escritor debe cabalgar sobre su pluma e intentar abandonar todo aquello que ya ha sido planteado. Por eso no puede ser un reproductor de modelos, no puede ganar oro por cada linea tintada, no puede dejar de soñar. No puede, no debe obrar como un dictador de la técnica. Ha de rechazarla, negarla, obrar por una formula propia de escritura que se acerque cada vez más a lo que primitivamente es escribir; hacer magia.

Que los fantasmas vengan a nosotros, que cada monstruo baboso lleno de tentáculos perteneciente a una antigua raza nos extermine. Ahogare en el dolor en las aves que arrancan ojos y en las murallas de hielo es lo correcto. Amemos con locura al fantasma de la mujer que amamos hace más tiempo del que estamos vivos.

Aun quedan muchos molinos de viento por derribar, y aun hoy, la cordura no sigue alternando por larguísimos periodos con la locura que debemos abrazar.          

Escribir es lo que nos mantiene vivos, o al menos, nos permite simularlo. 

    

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