El Gigante Blanco
Día 22 desde el Inicio de la exploración
Por Fex López Álvarez
El Frío aliento de las montañas los golpeaba de lleno en la cara. La Naturaleza no conocía de clemencia, pero los siete expedicionarios tampoco carecían de paciencia. Tres días habían pasado desde que aquella imprevista tormenta de nieve les sorprendió y encajó en el Sector Siete de la montaña. Se Suponía que ese paso, quizá un poco largo, quizá un poco torcido, lleno de piedras insipientes y pequeñas cavernas, sería solo un cómodo escalón -el penúltimo- para ascender definitivamente el llamado por los locales "Gigante Blanco".
En los cálculos iniciales, aquel paso no excedería jamás los seis días de travesía, en sí no porque fuere complicado, ciertamente las piedras eran molestas, o lo eran al inicio de la planificación, porque surgían como garras en el sendero obligado a El Navegante a trazar grandes círculos que a veces, se contradecían entre sí. Sin Embargo, eran nada en comparación con los tortuosos sectores cuatro u ocho, en los cuales, se suponían los momentos más difíciles de la exploración.
Aun así la nevada emergente extendería aquella marcha un poco más de lo que los expedicionarios esperaban. La helada se levantó el segundo día de exploración el Sector Siete el día diecisiete de la bitácora general. Al inicio como un leve soplido, casi como una caricia que no causó el más mínimo retroceso en la marcha de los siete hombres. Pero luego de una hora, debieron atarse sogas y ralentizar el paso para poder continuar sin dispersarse, y que luego de cuatro horas, cuando ya las desprolijas barbas se les llenaban de nieve, se vieron en la obligación de detenerse al borde de una caverna poco atractiva y nada sobrecogedora pero que al menos, les resguardaba un poco de la ventisca convertida en tormenta.
Al anochecer, El Observador, enviado por El Capitán, en medio de la ventisca, se internó -sin dejar de lado el cable guía- en la espesa bruma causada por la nieve. Su objetivo era encontrar un mejor lugar para pernoctar aquella noche y permanecer a lo sumo, los dos días que probablemente duraría aquella tormenta. Cerca de una hora luego, mientras El Cocinero descongelaba agua con ayuda de El Físico el cable guía empezó a tiritar, era la señal definitiva de que El Observador había dado con una caverna con cavidades amplias o alguna roca de mayor envergadura a esa pseudo cueva en la que vieron obligados a refugiarse.
La situación entonces era tan incómoda, que los hombres se alegraron al oír a El Capitán ordenar la marcha y seguir el cabe guía sin siquiera esperar a cenar. De Inmediato, respondieron a la señal disparando una de las bengalas verdes a las que solo El Capitán tenía acceso y que significaban -para la expedición- que se dirigirían a algún lugar señalado.
Los seis hombres restantes, como era costumbre cuando no estaba El Observador, con El Geólogo a la cabeza, y El Capitán al final de la fila, marcharon con paso sigiloso por el borde marcado por el cable guía. Cada cuatro metros El Observador había clavado una estaca que servía de soporte para la cuerda y que era retirada por El Capitán cuando este pasaba por ellas. En un inicio todos, pero especialmente El Navegante quedaron sorprendidos, catorce estacas habían sido clavadas en el suelo ninguna en linea recta cierto era, pero tampoco se cruzaban entre sí o se formaban en círculos, solamente serpenteaban a lo largo de los cincuenta y seis metros en ascenso ligero que El Observador, había caminado.
Al finalizar la guía, los observadores chocaron con dos realidades que realmente no se esperaban. El Observador había dado con una cueva amplia y protegida, tan perfectamente circular que parecía haber sido excavada entre la misma montaña. Era muy alta, además, tenía distintos y extraños montículos más similares a plataformas igualmente pulidos con cierta perfección aterradora. Además de eso, la cavidad parecía extenderse por el interior mismo de la montaña formando un paso de galerías oscuras dignas de ser investigadas por ellos mismos o por alguna otra expedición formada en su mayoría por geólogos.
Quizá si la otra realidad no hubiere sido tan impactante, los expedicionarios hubieren colocado mucha más atención en la caverna que desde ese momento hasta el punto de locura, les servía de resguardo. Justo a las afueras de la caverna, se levantaba un montículo gigantesco y sólido de nieve, casi un muro, casi una pared. Un autentico Gigante Blanco que cortaba su andar de forma definitiva...
En los cálculos iniciales, aquel paso no excedería jamás los seis días de travesía, en sí no porque fuere complicado, ciertamente las piedras eran molestas, o lo eran al inicio de la planificación, porque surgían como garras en el sendero obligado a El Navegante a trazar grandes círculos que a veces, se contradecían entre sí. Sin Embargo, eran nada en comparación con los tortuosos sectores cuatro u ocho, en los cuales, se suponían los momentos más difíciles de la exploración.
Aun así la nevada emergente extendería aquella marcha un poco más de lo que los expedicionarios esperaban. La helada se levantó el segundo día de exploración el Sector Siete el día diecisiete de la bitácora general. Al inicio como un leve soplido, casi como una caricia que no causó el más mínimo retroceso en la marcha de los siete hombres. Pero luego de una hora, debieron atarse sogas y ralentizar el paso para poder continuar sin dispersarse, y que luego de cuatro horas, cuando ya las desprolijas barbas se les llenaban de nieve, se vieron en la obligación de detenerse al borde de una caverna poco atractiva y nada sobrecogedora pero que al menos, les resguardaba un poco de la ventisca convertida en tormenta.
Al anochecer, El Observador, enviado por El Capitán, en medio de la ventisca, se internó -sin dejar de lado el cable guía- en la espesa bruma causada por la nieve. Su objetivo era encontrar un mejor lugar para pernoctar aquella noche y permanecer a lo sumo, los dos días que probablemente duraría aquella tormenta. Cerca de una hora luego, mientras El Cocinero descongelaba agua con ayuda de El Físico el cable guía empezó a tiritar, era la señal definitiva de que El Observador había dado con una caverna con cavidades amplias o alguna roca de mayor envergadura a esa pseudo cueva en la que vieron obligados a refugiarse.
La situación entonces era tan incómoda, que los hombres se alegraron al oír a El Capitán ordenar la marcha y seguir el cabe guía sin siquiera esperar a cenar. De Inmediato, respondieron a la señal disparando una de las bengalas verdes a las que solo El Capitán tenía acceso y que significaban -para la expedición- que se dirigirían a algún lugar señalado.
Los seis hombres restantes, como era costumbre cuando no estaba El Observador, con El Geólogo a la cabeza, y El Capitán al final de la fila, marcharon con paso sigiloso por el borde marcado por el cable guía. Cada cuatro metros El Observador había clavado una estaca que servía de soporte para la cuerda y que era retirada por El Capitán cuando este pasaba por ellas. En un inicio todos, pero especialmente El Navegante quedaron sorprendidos, catorce estacas habían sido clavadas en el suelo ninguna en linea recta cierto era, pero tampoco se cruzaban entre sí o se formaban en círculos, solamente serpenteaban a lo largo de los cincuenta y seis metros en ascenso ligero que El Observador, había caminado.
Al finalizar la guía, los observadores chocaron con dos realidades que realmente no se esperaban. El Observador había dado con una cueva amplia y protegida, tan perfectamente circular que parecía haber sido excavada entre la misma montaña. Era muy alta, además, tenía distintos y extraños montículos más similares a plataformas igualmente pulidos con cierta perfección aterradora. Además de eso, la cavidad parecía extenderse por el interior mismo de la montaña formando un paso de galerías oscuras dignas de ser investigadas por ellos mismos o por alguna otra expedición formada en su mayoría por geólogos.
Quizá si la otra realidad no hubiere sido tan impactante, los expedicionarios hubieren colocado mucha más atención en la caverna que desde ese momento hasta el punto de locura, les servía de resguardo. Justo a las afueras de la caverna, se levantaba un montículo gigantesco y sólido de nieve, casi un muro, casi una pared. Un autentico Gigante Blanco que cortaba su andar de forma definitiva...
Continua...
(02-08-19)
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