Diario Hiperrealista de un Obsesivo Ficionista
Día primero
Las frías ventiscas que se levantaban desde el sur de la ciudad le acariciaban la piel. En Medio de su absoluta locura podía percibirlo y hasta incomodarse de esto, por lo cual, se cubrió los hombros desnudos con el viejo sweater que tenía al costado. Yo la miraba desde lejos, con una cena que provocaba nauseas al frente, con unos cuantos libros recién publicados en el costado.
Así iniciaría esta historia si se tratara justamente de eso, de una historia. Lo abordaría en un marco temporal muy corto, con una ligera tensión y sin giro alguno. Trataría de colar algunos aspectos mágicos y quizá una que otra referencia literaria para que muy poca gente lo entendiera.
Lamentablemente no podré abordar esta historia de esa forma porque por primera vez en mi "larga" carrera de escritor pseudo rebelde pero asalariado, deseo fervientemente escribir la realidad sin filtros algunos.
Suelo decirle a mis alumnos, especialmente a Sergio Olleros -el mejor de ellos-, que hay que inyectarse fantasía a diario para no morir de realidad. No negaré que antes de ver a esa delgada mujer, debatirse entre la inanición y las comidas esporádiscas obtenidas casi por caridad, entre la soledad tan absurda de las calles de San Carlos y la compañía de otros homeless en la Plaza Bolívar, comprendí que mi percepción no era más que una egoísta mentira. Casi un eufemismo que uso para saltarme la muerte de las tres mujeres de mi vida (La vieja siempre de primera aunque suene edípico) el divorcio, la soledad que busco a diario u los rotundos fracasos económicos con los que cualquier antropólogo de éste país choca a diario.
Justamente le solté ese eufemismo con ínfulas de aforismo una tarde en su oficina. Se lo dije como se dicen los aforismos con esa hipocresía y ego desmedido tan necesario para ser escritor. Así cómo si nada, para que calara, como una hoja arrojada con fatalismo poético tan incómodo y necesario.
No recuerdo si leí esa frase o si me la fabriqué medio drogado o en estado onírico -Dionisio me dijo Daniela Mendoza una vez ahora que lo recuerdo. La siempre bella y radiante Daniela, igual que Anabell Lee-. Pero fuere como fuere, se convirtió en mi frase de cajón, en mi librito de autoayuda. Lo banalicé a tal punto que incluso cuando el fantasma del recuerdo me acosa, vuelvo a Wonderland sin la necesidad -aunque con el ferviente deseo- de consumir hongos rojos para recostarme en las piernas de Harley Quinn haciendo el mejor cosplay posible de Alice.
Puede parecer hilarante todo esto, y de cierto modo lo es. Hilarante, esa palabra me la enseñó Aldri -la que escribía y cogía como los dioses, igual que Mariangel (sí los dioses fueren cínicos y bastardo)- Hice de ese aforismo mi defensa absoluta, un escudo arrechisimo, como ese que usan los marxitsas elitistas para librase de toda crítica sacando a relucir la paja de la alienación del estado de bienestar -ven a Venezuela y dí eso querido Marx-. Una mariquera de esas filosóficas que los chavistas en la plaza, que la vieron igual de loca que yo la ví, igual de hambrienta, especialmente de hambrienta, no mencionan nunca porque en su socialismo, por suerte Marx ha sido suprimido.
Aún así, nunca pude sentir ese aforismo tan mío como en este momento. Su locura era tan real, tan palpable, tan absoluta, y aun así, para los que estaban allí simplemente era una sombra -de pinga, me acabo de enterar que me despidieron de la banda de rock que yo mismo creé-. Son Estos los momentos en que quisiera compartir con Michelle, mi hija, para joderle un poco más la vida metiendole más traumas. Así como le enseñé las distintas drogas que se pueden conseguir en un país en crisis, le enseñaría como la solidaridad humana es bonita mientras se mantenga en discurso.
Drogas, quizá fue eso lo que la enloqueció, quizá era una puta que despidieron de algún burdel por sífilica. Quizá los hijos están presos o la dejaron para irse a trabajar a Perú o a Colombia. Quizá solo su cerebro se desconectó por el hambre, o como yo, simplemente se dió cuenta que ante tanta mierda en éste mundo, sólo puedes ser un cínico, o sucidarte, o volverte loco con larguísimos periodos de terrible cordura -verga realmente me gustaba tocar con esta gente y no suenan tan bien sin mí-.
No culpo a los cínicos que me rodean esta noche escuchando a una mocosita que me odia aún no sé por qué desafinando más veces que yo. De hecho, los envidio, desearía ser como ellos, y comer la papa insípida y fría que tengo al frente y tripiarme a le gente que me despidió y no tiene las bolas de decirmelo pero si para tocar mis canciones. Pero no,solo puedo pensar en esa mujer enloquecida, tal vez drogada y hambrienta que me acaba de pasar por el costado teniendo pensamientos que han de ser más interesantes que los de Poe cuando se masturbaba borracho frente al cuadro de Leonora.
Confieso que usé ese eufemismo para parecer más profundo, aunque sea tan plano como a todos los que crítico. Confieso que me lo he repetido una y otra vez cuando me entran ganas de atarme una soga al cuello y colgarme del samán en el trabajo. Confieso que lo digo con paja política como excusa a las 4:20. Confieso que lo he usado como escudo troyano cuando me preguntan por qué no escribo ensayos o hiperrealismo y así logro ocultar mi absoluta incapacidad para hacerlo.
Hermosa la morena que se me pasea con la espalda desnuda por el frente. Mi mente se va a las espaldas desnudas de mis mujeres, y siento de nuevo náuseas. Supongo que la realidad me ha golpeado muy fuerte y perdí mi escaso apetito para comer o coger. Que así se me aparezca Dayan ahorita -Diosa creadora y destructora del amor y el sexo- con una bandeja llena de hojaldre, diciendome que puedo tomarlas a las dos, las rechazaría mirando a otro lado.
Supongo que ahora le tengo más odio a los que me rodean -verga la canción que le dediqué a Mariannys, mi única secretaria y mi única amante bueno no la única pero supongo que los poetas tiene el derecho a estar borrachos y a enamorarse dos veces por semana-. No los odio porque me crea mejor que ellos o porque no aprecian los poemas de Farfán, porque para apreciarlos hay que ser un esteta. Los odio porque realmente para ellos, esa loca no existe, simplemente porque se pasan de este peo porque no es su peo -a pesar de golpearse el pecho orgullosos con un superchávez y llamarse humanistas-.
Quizá soy el tipo más pendejo del mundo o un absoluto hipócrita. Lo mejor, me vuelvo a mi orgía perpetua de filmes viejos y libros aun más viejos. A mis cenas con Borges y Suetonio. A razgarle brillitos a luna y tratar de escribir la mejor novela de mi generación. A pensar en Alicia, a hundirme en fantasías que involucran a Dayna, mi primer amor, que marico suena eso cuando tienes casi 30 años y estas pelando bola, cuando no puedes sacarte de la cabeza a la raquítica enloquecida que un par de canciones atrás me pasó por el lado, y que me recuerda de nuevo, pero esta vez con absoluta certeza, Hay que inyectarse fantasía a diario para no morir de realidad.
Por: Fex López Álvarez.
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